En Argentina desde el 16/03/2020 se decretó la cuarentena obligatoria a causa de la pandemia de COVID19 y todas las escuelas del país se cerraron de forma física.
A partir de ese día docentes de todos los niveles y modalidades "montamos" un escenario de enseñanza virtual que mantenga las trayectorias escolares de los niños, niñas, adolescentes y adultos que asisten a la escuela. Con lo que teníamos a mano, con lo mucho o poco que sabíamos al respecto. Nunca nos faltó, ni faltará voluntad para seguir enseñando.Este dispositivo no fue (ni es) justo para todos, ya que se comenzaron a advertir condiciones de desigualdad y se acentuó la brecha digital: miles de estudiantes sin conexión regular a internet o sin recursos (pc-celular-tablet) hacían/hacen muy dificil mantener la periodicidad de los aprendizajes.
Por primera vez en 150 años de escuela moderna se rompió el dispositivo de tiempos, espacios y agrupamientos que había caracterizado a la escuela de occidente.
Los estudiantes en sus casas debían cumplir con las tareas. Algunos con la suerte de tener un adulto que los acompañe y otros librados al azar.
Pasados más de 120 días nos encontramos ahora con el desafío de volver a las aulas. Surgen muchas dudas y miedos, que son normales ante tremenda crisis social, económica y sanitaria que estamos atravesando a causa del virus.
El Ministerio de Educación de la Nación estableció un protocolo para el regreso a las aulas y serán las provincias las que deban adecuarlo a sus distintas realidades y contextos. El protocolo establece: medidas de higiene, distancias, formas y tiempos reducidos para agrupar a los estudiantes, cuidados que debemos tener los docentes y las familias, etc. Todo muy cuidado desde el punto de vista sanitario.
Ante este anuncio, las familias muestran su descontento. No sienten que sus hijos e hijas más pequeños estén seguros. (¿será que el miedo es también una forma de reaccionar a la desconfianza que dan algunos políticos - al no sentirnos cuidados por ellos-?)
¿Por qué nunca le preguntamos a los niños, niñas y jóvenes, si ellos quieren volver y cómo lo pueden hacer? Seguramente tendrán sus ideas para aportar y poder aplicar.
Estos protocolos no consideran un factor fundamental...que a la escuela no vamos solo a aprender contenidos declarativos, sino que vamos a estar con otros, todos juntos, que es la mayor riqueza que brinda, un contenido de mucho más valor.
Entonces ¿para qué ir a la escuela solo a consumir contenidos (eso lo podemos seguir haciendo de forma virtual)? Queremos abrazarnos, jugar, reírnos, dar una sana caricia, hablar sobre los que nos pasó y nos pasa en esta pandemia, y eso no se puede hacer con un tapaboca puesto o a 1,5 m de distancia. ¿Disciplinar el cuerpo conlleva disciplinar el pensamiento? Eso seguramente no sería una escuela por lo menos no como querríamos que fuera y muchos otros contenidos se perderían como el aprender a ser, estar y convivir con otros.
Necesitamos también un protocolo de afectividad. ¿quién se anima a construirlo?
Surge esta nueva normalidad a la que nos debemos acostumbrar y que debemos ayudar a construir: con tapabocas, con distancias y mediadas por las diversas tecnologías.
Surge esta nueva escuela, más segura desde el punto de vista sanitario, con cuerpos disciplinados, con tiempos espacios y agrupamientos más estrictos. Si antes bregábamos por abrir el aula a una heterogeneidad de sujetos, saberes y experiencias que me enriquezcan en mi aprendizaje, ahora se impone una homogeneidad grupal que por un lado nos cuida y nos salva, pero que al perder contacto con otros grupos de aprendizaje, nos empobrece. Será ese también el nuevo desafío de los docentes, mantenernos conectados, mantenernos cercanos ¿qué dificil? ¿cuánta nueva responsabilidad?
Este virus es mucho más cruel de lo que imaginábamos, porque además de poder llegar a sacarle la vida a algunos, a otros nos separa y aisla. Por suerte nos queda la mirada que nos conecta.
A partir de ese día docentes de todos los niveles y modalidades "montamos" un escenario de enseñanza virtual que mantenga las trayectorias escolares de los niños, niñas, adolescentes y adultos que asisten a la escuela. Con lo que teníamos a mano, con lo mucho o poco que sabíamos al respecto. Nunca nos faltó, ni faltará voluntad para seguir enseñando.Este dispositivo no fue (ni es) justo para todos, ya que se comenzaron a advertir condiciones de desigualdad y se acentuó la brecha digital: miles de estudiantes sin conexión regular a internet o sin recursos (pc-celular-tablet) hacían/hacen muy dificil mantener la periodicidad de los aprendizajes.
Por primera vez en 150 años de escuela moderna se rompió el dispositivo de tiempos, espacios y agrupamientos que había caracterizado a la escuela de occidente.
Los estudiantes en sus casas debían cumplir con las tareas. Algunos con la suerte de tener un adulto que los acompañe y otros librados al azar.
Pasados más de 120 días nos encontramos ahora con el desafío de volver a las aulas. Surgen muchas dudas y miedos, que son normales ante tremenda crisis social, económica y sanitaria que estamos atravesando a causa del virus.
El Ministerio de Educación de la Nación estableció un protocolo para el regreso a las aulas y serán las provincias las que deban adecuarlo a sus distintas realidades y contextos. El protocolo establece: medidas de higiene, distancias, formas y tiempos reducidos para agrupar a los estudiantes, cuidados que debemos tener los docentes y las familias, etc. Todo muy cuidado desde el punto de vista sanitario.
Ante este anuncio, las familias muestran su descontento. No sienten que sus hijos e hijas más pequeños estén seguros. (¿será que el miedo es también una forma de reaccionar a la desconfianza que dan algunos políticos - al no sentirnos cuidados por ellos-?)
¿Por qué nunca le preguntamos a los niños, niñas y jóvenes, si ellos quieren volver y cómo lo pueden hacer? Seguramente tendrán sus ideas para aportar y poder aplicar.
Estos protocolos no consideran un factor fundamental...que a la escuela no vamos solo a aprender contenidos declarativos, sino que vamos a estar con otros, todos juntos, que es la mayor riqueza que brinda, un contenido de mucho más valor.
Entonces ¿para qué ir a la escuela solo a consumir contenidos (eso lo podemos seguir haciendo de forma virtual)? Queremos abrazarnos, jugar, reírnos, dar una sana caricia, hablar sobre los que nos pasó y nos pasa en esta pandemia, y eso no se puede hacer con un tapaboca puesto o a 1,5 m de distancia. ¿Disciplinar el cuerpo conlleva disciplinar el pensamiento? Eso seguramente no sería una escuela por lo menos no como querríamos que fuera y muchos otros contenidos se perderían como el aprender a ser, estar y convivir con otros.
Necesitamos también un protocolo de afectividad. ¿quién se anima a construirlo?
Surge esta nueva normalidad a la que nos debemos acostumbrar y que debemos ayudar a construir: con tapabocas, con distancias y mediadas por las diversas tecnologías.
Surge esta nueva escuela, más segura desde el punto de vista sanitario, con cuerpos disciplinados, con tiempos espacios y agrupamientos más estrictos. Si antes bregábamos por abrir el aula a una heterogeneidad de sujetos, saberes y experiencias que me enriquezcan en mi aprendizaje, ahora se impone una homogeneidad grupal que por un lado nos cuida y nos salva, pero que al perder contacto con otros grupos de aprendizaje, nos empobrece. Será ese también el nuevo desafío de los docentes, mantenernos conectados, mantenernos cercanos ¿qué dificil? ¿cuánta nueva responsabilidad?
Este virus es mucho más cruel de lo que imaginábamos, porque además de poder llegar a sacarle la vida a algunos, a otros nos separa y aisla. Por suerte nos queda la mirada que nos conecta.
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